Gobernar es, en esencia, administrar expectativas. Este proceso no debe ser visto como un ejercicio de demagogia, aunque algunos en el poder lo aborden así, sino como un método estratégico vital, especialmente al inicio de una nueva administración. En un contexto de alta expectativa y ansiedad por los resultados, la comunicación política se convierte en una herramienta crucial.
Los desafíos actuales enfrentados por la Presidencia reflejan la curva de aprendizaje de su equipo, que ha heredado un aparato manejado desde una perspectiva propagandística. Aunque se han realizado esfuerzos para mantener el control de la estrategia, el desempeño hasta ahora se ha visto afectado.
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La nueva administración asumió con grandes expectativas, según una reciente encuesta que mostró que un 65% de la población confía en que la economía mejorará, mientras que un 62% espera avances en la reducción de la pobreza. En temas críticos como la seguridad pública y la lucha contra la corrupción, el apoyo se sitúa en un 57% y 55%, respectivamente. Sin embargo, estas expectativas son más bajas en comparación con las que se tenían cuando asumió la presidencia el anterior mandatario, aunque muchos esperan que la actual administración supere su gestión.
Un hallazgo crucial de la encuesta es que la actual presidenta presenta mayores niveles de desaprobación (27%) en comparación con el final del mandato del anterior presidente (18%). Esto sugiere que las expectativas elevadas están acompañadas por el lastre de una percepción negativa heredada. Sin el apoyo positivo que tuvo su predecesor, la necesidad de una comunicación política efectiva se hace evidente.
La comunicación política enfrenta desafíos significativos. A pesar de contar con tiempo de preparación, su equipo ha mostrado deficiencias notables. Durante un evento reciente, la presidenta tuvo que corregir su discurso sobre los compromisos de su administración, lo que evidenció la falta de precisión y claridad en la presentación de sus propuestas.
Durante su discurso, varios puntos fueron enmendados sobre la marcha, lo que derivó en confusiones que pueden haber afectado la credibilidad de su mensaje. Estas fallas, aunque no hayan tenido un impacto político inmediato, resaltan la urgencia de corregir el rumbo en la comunicación política.
Además, la gestión de las redes sociales ha sido insuficiente para promover temas favorables para la presidenta, lo que ha llevado a una imagen perjudicada en el ámbito digital. Un análisis reciente indica que la conversación digital relacionada con su toma de posesión ha disminuido notablemente en comparación con su victoria electoral.
La principal narrativa que emergió se centró en ser mujer y su estilo de gobernar, aunque su equipo no pudo capitalizar otros mensajes importantes, lo que resultó en un desaprovechamiento de oportunidades para establecer temas más innovadores como avances en ciencia y tecnología.
El primer año de gobierno será complicado. Las restricciones presupuestarias derivadas de la administración anterior impactarán la capacidad de cumplir promesas iniciales, limitando considerablemente los recursos disponibles para implementar los proyectos anunciados.
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Con la necesidad de manejar la percepción pública y generar expectativas positivas, es esencial desarrollar una comunicación política eficiente que permita tiempo para concretar políticas y proyectos. La administración anterior logró posicionarse con un enfoque de choque y polarización, un camino que parece no estar en la agenda actual.
La presidenta necesita maximizar sus fortalezas y canalizar una comunicación más coherente y efectiva que la proyecte más allá de ser una mera administradora. La transición hacia un liderazgo que inspire confianza será crucial para enfrentar los retos que se presentan en su administración.