En un contexto donde la curiosidad infantil a menudo se ve limitada por escasos recursos y desinterés, Josefina Rodríguez González, conocida afectuosamente como “Doña Jose, la Abuela Terrícola,” ha dedicado su vida a enriquecer las mentes de los más jóvenes a través de la divulgación científica.
Su trayectoria es un testimonio de resiliencia, pasión y amor por el conocimiento.
Originaria de la Región Laguna, marcada por la violencia y la precariedad, Doña Jose se trasladó a su actual hogar en 2018, en busca de un ambiente propicio y nuevas oportunidades. “Le pregunté a mi hijo si me dejaba un año para observar las estaciones y ver cómo respondían mis ojos,” recuerda. No obstante, lo que empezó como una prueba temporal se transformó en un proyecto de vida.
La labor de Doña Jose ha sido un desafío constante. En sus comienzos, salía a las calles con libros, revistas y telescopios, con el objetivo de inspirar a los niños a explorar la ciencia.
“Comenzamos en las banquetas con mi nieta, mi mamá y yo,” comenta. A pesar de los obstáculos, su tenacidad le ha valido reconocimiento y apoyo tanto de la comunidad como de diversas instituciones.
La pandemia de 2020 presentó un gran reto. Su trabajo se vio interrumpido y su estabilidad financiera se resintió. Sin embargo, en lugar de rendirse, optó por continuar su educación.
“Siempre quise estudiar, pero antes no me aceptaban en la Prepa porque solo admitían a personas menores de 30 años. Yo ya tenía 60, pero con la pandemia ampliaron la edad y me inscribí,” comparte con orgullo. En enero de 2023 culminó su preparatoria.
Como divulgadora, Doña Jose ha empleado diversas técnicas para captar el interés de los niños. Desde narraciones orales hasta talleres de divulgación científica, su misión ha sido siempre hacer el conocimiento accesible.
“Los niños no necesitan grandes telescopios ni laboratorios para aprender. Con lo que tienen a su alrededor, pueden hacer ciencia y yo los oriento para que piensen por sí mismos,” explica Josefina.
Su amor por la astronomía surgió de su propia curiosidad. “Para mí era una novedad. Nunca antes había visto algo así. Si me sorprendía a mí, también podría asombrar a los niños,” relata.
Su entusiasmo la llevó a postularse a una convocatoria en 2015, obteniendo recursos que mejoraron su labor. Con estos fondos, adquirió materiales didácticos y equipo para continuar llevando la ciencia a la calle.
A lo largo de los años, ha permitido que miles de niños avisten la Luna y los planetas a través de telescopios.
“Muchos de ellos no sabían que la Luna tiene cráteres y que tienen nombres. Me encanta ver su asombro al descubrir algo nuevo,” dice con una sonrisa.
Gracias a su perseverancia, logró establecer una biblioteca en su comunidad. “Solicité una para mi colonia, que tiene 30 mil habitantes. No teníamos ni una biblioteca, pero conseguimos instalar varios centros comunitarios bien equipados,” explica Doña Jose.
El impacto de su trabajo es notable. Niños que alguna vez vivieron en situaciones de violencia han hallado en la ciencia un refugio y una fuente de inspiración.
“Algunos de ellos ahora tienen nuevos sueños, quieren ser astrónomos, científicos, o simplemente desear aprender más,” dice emocionada la abuela terrícola.
Doña Jose ha demostrado que la educación no se basa en grandes inversiones, sino en la pasión por compartir el conocimiento. “Me gusta que los niños piensen por sí mismos, que se den cuenta de que pueden descubrir el mundo a su manera,” concluye.