2024 se perfila como un año crucial en México. Este periodo marca una etapa trágica para quienes valoramos la democracia que comenzó a erosionarse tras las elecciones presidenciales de 1988. Aunque esto pueda parecer una percepción de una minoría ante una mayoría que muestra indiferencia, quienes se encuentran en posiciones de poder aducen representar a la totalidad y han implementado cambios constitucionales que debilitan las bases del proyecto democrático. La democracia mexicana, a pesar de sus imperfecciones, parece haber llegado a su fin; un nuevo orden más cercano a la autocracia se avecina, caracterizado por un ejercicio del poder vertical y arbitrario.
La narrativa previa a las elecciones revela un optimismo engañoso entre la oposición. No se trataba de pensar que podrían vencer al oficialismo, sino de evitar que adquirieran una mayoría sólida. En México y en Estados Unidos se subestimó al adversario, y el resultado fue una sorpresa, especialmente para los opositores. La derrota fue contundente, no solo en términos de votos, sino también en la dirección política y los proyectos en contienda. La desigualdad en la competencia fue evidente, con una intervención abrumadora del Gobierno nacional y de entidades aliadas a Morena, aunque no todo puede explicarse por ello. El impacto de los programas sociales, las divisiones en la oposición y el histórico resentimiento social jugaron un papel decisivo en un resultado que favoreció al oficialismo más de lo anticipado.
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La oposición cometió errores severos al no cuidar adecuadamente la elección legislativa. Se enfocaron en la definición de candidaturas y prerrogativas, dejando a sus candidatos desprotegidos. Es un gran fracaso ocupar solo 44 de 300 distritos, especialmente considerando que en algunas regiones lograron ganar gubernaturas y alcaldías. Faltó habilidad para forjar un frente unido entre la oposición, independientemente de las traiciones individuales. Es notable que el PRD haya conseguido dos senadores, solo para que, en su primera oportunidad, se unieran a Morena, lo que refleja una falta de cohesión y estrategia en la oposición. Estos eventos destacan que no fue un mandato popular lo que llevó a la destrucción democrática, sino un juego político en sus formas más desafortunadas, además aplaudido desde la oficina más alta del país.
La contienda presidencial fue histórica al enfrentarse dos mujeres. Además, la paridad de género en cargos públicos y representativos ha mostrado avances significativos. Sin embargo, es crucial reconocer que el empoderamiento femenino en la política no ha erradicado la persistente inequidad ni la violencia de género. Los feminicidios, violaciones y embarazos en menores reflejan una realidad desgarradora que trasciende la creciente exigencia de igualdad y trato digno. Es un hito contar con una presidenta mujer, especialmente en un contexto misógino y violento, que propone una agenda que va más allá de la equidad de género en el ámbito político.
La elección fue marcadamente inequitativa e injusta. Se asemeja a un periodo similar de hace tres décadas, cuando no existía una plena independencia del INE o del Tribunal Electoral, ni una legislación que garantizara la imparcialidad de los servidores públicos, en particular del Presidente de la República. La intervención inadecuada ha sentado un precedente del que será difícil escapar, especialmente ante la posibilidad de un sometimiento del poder electoral y de la supervisión de campañas, además del papel de arbitraje jurisdiccional.
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Las elecciones del 2 de junio marcan el inicio de una nueva era, claramente delineada. No se trata solo de una derrota electoral, sino de un retroceso del régimen político, evidenciado por los cambios constitucionales que han transformado drásticamente la república democrática. La renovación del gobierno acelerará la implementación de un régimen autocrático.
El país se enfrenta a un futuro incierto y adverso. Las principales amenazas incluyen el crimen organizado, las tensiones geopolíticas y la apática respuesta social ante un gobierno deficiente. Cada uno de estos factores merece atención y generan una preocupación creciente, especialmente cuando se entrelazan con la arrogancia del poder.