Un año después de asumir el cargo como diputado, siento un profundo orgullo por haber construido un perfil público que refleja mis principios e ideales, los cuales he defendido con pasión en el recinto legislativo. Sin embargo, he descuidado un canal de comunicación fundamental: la escritura, aceptando finalmente que es hora de compartir mis pensamientos. Este esfuerzo implica una reflexión seria y el deseo de crear un legado de mi gestión, abriéndome al diálogo de manera más pausada y sincera. Esta es mi primera entrega.
Comienzo con un firme compromiso: les hablaré con la verdad.
No me enfocaré en argumentos filosóficos complejos ni en recorrer la historia en busca de figuras célebres. Lo que busco es conectar con ustedes a través de una comunicación clara y directa sobre mis frustraciones y preocupaciones como diputado de Coahuila en la 63 Legislatura del Congreso de los Diputados.
Si bien ser representante popular es un gran honor, debo comunicar que esta responsabilidad no siempre es valorada entre mis compañeros. Para ser claro: la discusión política en el Congreso es, en muchos aspectos, una simulación. Las interacciones parecen ser una coreografía ensayada donde se siguen protocolos vacíos, pero sin un verdadero sentido político.
Desde la falta de divulgación del orden del día hasta la ausencia de canales de comunicación oficial, los problemas son evidentes. Durante el primer periodo ordinario, nuestra comunicación oficial se realizó a través de correos personales, y las sesiones de trabajo no se graban o no se comparten con el público, lo que refleja una clara falta de transparencia.
¿Alguna vez ha visto una sesión de trabajo de una comisión? Probablemente no. Esta desatención hacia la transparencia se evidencia en el hecho de que las transmisiones en vivo del Pleno tienen escasa audiencia, lo que cuestiona el cumplimiento de nuestra responsabilidad política.
De los dictámenes discutidos en el Congreso hasta agosto, un 71% provenían de solo dos comisiones principales, tratando asuntos tan triviales como licencias de regidores o la concesión de bienes. Esto resulta en un proceso que, en gran medida, carece de sustancia.
Peor aún, algunos dictámenes llegan para ser votados meses después de los eventos en cuestión. Las iniciativas se estancan, perpetuando una inacción preocupante, y mi propia propuesta sobre desaparición forzada sigue sin ser atendida desde su presentación el año pasado.
Lo que expongo es un reflejo de mi experiencia, no una convicción de que nada cambiará. Mi objetivo aquí es abrir un espacio para la verdadera conversación pública, cimentada en experiencias concretas y reales.