México enfrenta actualmente un desafío significativo de bajo crecimiento económico, el cual se prevé que persista al menos hasta 2025. Este problema no solo se atribuye a cuestiones arancelarias derivadas de las relaciones con Estados Unidos, sino que también se origina en un sistema financiero en crisis desde hace 30 años, comenzando con la crisis de 1994. Desde entonces, la dinámica del sistema financiero mexicano no ha logrado reactivarse de manera efectiva para impulsar el crecimiento del país. La disponibilidad de créditos para empresas ha disminuido drásticamente, y los bancos se centran en las comisiones en lugar de financiar proyectos de riesgo.
El 6 de febrero, la Junta de Gobierno del Banco de México se reunirá por primera vez en el año para discutir la tasa de referencia que regirá en el mes siguiente. Se anticipa una reducción de al menos 25 puntos base, con algunos analistas sugiriendo que podría alcanzar los 50 puntos, con el objetivo de estimular el crecimiento económico a corto plazo al abaratar el dinero.
Recientemente se publicaron las estimaciones del Producto Interno Bruto, que indican un crecimiento de solo 1.3% para el año 2024, muy por debajo de las expectativas gubernamentales, que apuntaban a un crecimiento entre 2.5% y 3.5%. La relación entre el sector financiero y el crecimiento económico es crucial, y los resultados recientes evidencian que la falta de créditos a empresas limita la creación de empleo y el crecimiento. Una reducción en la tasa de interés podría ser una estrategia viable para reactivar esta senda de crecimiento.
Existen argumentos económicos que diferencian entre la disminución de tasas de interés debido a políticas monetarias y la reducción por parte de la banca comercial, que responde a una mayor disponibilidad de ahorros en el sistema.
En un escenario donde los bancos centrales impulsan la reducción de tasas sin fundamentos económicos sólidos, las instituciones comerciales podrían aprovechar esta medida para ajustar sus tasas también, facilitando el acceso al crédito. Esto podría llevar al aumento de quiebras entre empresas, ya que los proyectos menos competitivos entran en el mercado con estrategias de precios agresivas.
Por otro lado, si la disminución de tasas se origina en un exceso de ahorro, los bancos comerciales se verán incentivados a reducir las tasas de interés para movilizar esos recursos. Aunque esto pueda llevar a quiebras, el riesgo se concentra en los empresarios, mientras que los bancos no sufrirían pérdidas si no se ven obligados a pedir préstamos.
La situación se complica si se mantiene una política monetaria expansiva que reduzca la tasa hasta 9.5%. La Reserva Federal de Estados Unidos ha optado por mantener su tasa en 4.5%, una decisión que resalta el desbalance en las políticas monetarias entre ambos países.
Para México, las tasas de interés bajas no garantizan un retorno al crecimiento, y se han expresado preocupaciones sobre la posibilidad de un declive continuo del PIB durante el resto del año. Aunque la inflación podría aliviar algunas cargas para los consumidores, la tendencia de reducción de tasas por parte del Banco de México podría acentuar ciclos económicos volátiles, llevando a una recesión que podría impactar negativamente en el sector público y en la población.
Hace un año se advirtió que 2025 sería un año complejo, con potencial recesivo debido a un aumento en la deuda pública y mayores programas sociales sin un financiamiento claro. Se anticipa que el crecimiento económico para 2025 no será superior al 0.8%, salvo que se presenten circunstancias extraordinarias. Sin embargo, el primer semestre probablemente no reportará crecimiento y se espera que se realicen ajustes económicos cruciales en 2026 para evitar una crisis amplia.