En la mitad del siglo XIX, Charles Baudelaire popularizó el concepto de flâneur: un intelectual que se entretiene paseando por la ciudad y disfrutando del espectáculo que ofrece el mundo moderno.
Este fenómeno tuvo lugar en París, la primera ciudad verdaderamente cosmopolita de la historia, caracterizada por sus bulevares, calles coquetas y parques diseñados para caminar.
En la actualidad, muchas ciudades ofrecen la posibilidad de ser flâneur por un día o dos; sin embargo, después de un tiempo, el paisaje se vuelve repetitivo y hay poco más que descubrir. En algunas ciudades, no obstante, es posible salir día tras día y encontrar siempre algo nuevo y sorprendente.
Nueva York se destaca como el mejor lugar para ser flâneur hoy en día, y la forma más auténtica de experimentar la ciudad es caminando. Cada cuadra está llena de restaurantes, bares, tiendas, delis, cafeterías y museos, todos con un carácter único y un ambiente vibrante gracias a sus habitantes.
Al caminar por Nueva York, uno no puede evitar pensar: “Solo aquí”. Sin embargo, hay un elemento constante: la presencia de mexicanos en diversos roles dentro de la ciudad, más allá del turismo.
Recientemente, observé a un mexicano preparando bagels en un negocio en un barrio judío ultraortodoxo de Williamsburg. Eran mexicanos los chicos jugando al fútbol en Queens y al baloncesto en Sunset Park, así como la mujer que vendía tacos en Greenwich Village. También estaban entre los repartidores en Union Square, intercambiando consejos sobre la vida familiar.
Me encontré con mexicanos en el transporte público a las 5:30 de la mañana, todos ellos en ruta hacia su trabajo, junto a meseras en diners y cocineros en diversas cocinas de restaurantes de la ciudad. Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre la actitud de algunos políticos que no comprenden la importancia de los inmigrantes y quienes, en cambio, actúan como si el potencial de estos trabajadores no importara.
A pesar de eso, preferí ver su valor a través del arte.
Jay Lynn Gomez, nacida en 1986 en California de padres mexicanos indocumentados, siempre tuvo interés por el arte. Fue aceptada en el prestigioso California Art Institute, pero tuvo que abandonar por razones económicas.
Para sobrevivir, Jay se convirtió en niñera en West Hollywood, donde comenzó a observar el trabajo de jardineros, limpiadoras y niñeras, lo que llevó a una epifanía en su vida artística.
Inspirada por el trabajo del artista británico David Hockney, que había transformado el paisaje californiano en impresionantes obras de arte, Jay decidió reinterpretar esas imágenes, cambiando los protagonistas.
En su serie Domestic Scenes, Jay recreó varias de las icónicas obras de Hockney, enfocándose en los trabajadores de los hogares, como jardineros y limpiadoras, para darles la visibilidad que merecen en el arte.
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La contribución de estas personas, a menudo pasadas por alto, se ha vuelto parte del paisaje urbano, pero su trabajo es fundamental. Jay explica que su arte intenta resaltar la importancia y vulnerabilidad de esos trabajadores, quienes en cualquier momento podrían desaparecer de la vista pública.
Esta realidad se refleja claramente al transitar por Nueva York, una ciudad mantenida por la labor de mexicanos.
Además, Jay ha impresionado con su última serie, que retrata su transición personal hacia una feminidad que respeta su identidad interna.