En Minas de Barroterán, doña María Alicia García Hernández, de 65 años, recuerda con tristeza la tragedia minera del 31 de marzo de 1969, que costó la vida a su padre, Epigmenio García Rojas, y a otros 152 carboneros.
Este evento se convirtió en la peor catástrofe de la región en el último siglo, conocida como La Explosión de Barroterán.
María Alicia lamenta que tras la tragedia, su madre viuda no recibió ayuda de ninguna entidad, ya sea del gobierno, de la empresa o de sindicatos.
Su dolor se asemeja al de abrir una botella agitada, contenida y a punto de estallar, lo que refleja el sufrimiento interno que ha llevado por tantos años.
FALTA DE AYUDA
Después de que el cuerpo de su padre llegó en un ataúd sellado, Rosa, la madre de Alicia, se vio obligada a trabajar para mantener a sus diez hijos, el mayor con 15 años y el menor de apenas ocho meses.
“Mi madre luchó incansablemente para sacar adelante a nuestra familia. Sufrió enormemente por lo que les tocó vivir”, relata Alicia.
Ella recuerda que, a pesar de recibir algunas ayudas temporales, nunca se cumplieron las promesas de becas para los hijos que asistían a la escuela.
RECUERDOS DEL TRUENO
Alicia tenía solo diez años cuando ocurrió el desastre en las minas 2 y 3 de Barroterán, propiedad de una paraestatal donde el gobierno de Coahuila y la Compañía Minera Guadalupe eran socios.
En la tarde del siniestro, mientras visitaba a su tía, un estruendo retumbó y vio humo negro en el cielo, marcado por llamas que se alzaban desde las minas.
Fue un momento devastador que cambió su vida y la de muchas familias de la región.
INDEMNIZACIONES Y PENSIONES AUSENTES
No hubo compensaciones ni pensiones, ya que el Seguro Social aún no estaba presente en Barroterán.
Las viudas quedaron desamparadas tras la tragedia, a pesar de las donaciones que llegaron de diversas partes del mundo.
Sin embargo, las ayudas fueron tomadas por las empresas y sindicados, dejando a las familias en la miseria.
LA TRAGEDIA DEL AGUA
El 23 de enero de 2002, un golpe de agua en el pozo La Espuelita cobró la vida de tres hijos de don Juan Ángel Garza Hernández, junto a otros diez trabajadores, en un trágico accidente que dejó cicatrices imborrables en la comunidad.
Años después, los dolientes afirman que la falta de seguridad y la negligencia son responsables de las tragedias que han marcado la historia minera de la región.
UN RECUERDO PERDURABLE
Cada año, las viudas y familiares de los caídos se reúnen para recordar a sus seres queridos, con la esperanza de que algún día se haga justicia.
A pesar de los años y las tragedias, el luto en la Carbonífera sigue siendo visiblemente presente, mientras las autoridades continúan sin asumir la responsabilidad por las pérdidas humanas.